Agustín Da Silva, la inspiradora historia de un verdadero campeón de la vida

De abandonar la escuela para trabajar en la tarefa, a terminar la secundaria y ya estar cerca de recibirse de kinesiólogo. De contar apenas con par de zapatillas gastadas, a tener de auspiciante a la marca Fila. Y todavía no llegó a su techo como atleta

Hasta no hace tanto, Agustín Da Silva usaba el mismo par de zapatillas para ir al colegio, entrenar y competir. Nunca le sobró nada y le faltaron muchas cosas porque viene de un hogar muy humilde, pero al mismo tiempo sabe lo que es trabajar desde chiquito para ayudar a su mamá y sus hermanos menores.

Había abandonado la primaria para ir a tarefear (el duro oficio de cosechar yerba), necesario sacrificio que tuvo que hacer para poder comer. Hasta que un día una maestra golpeó la puerta de su casa y le mostró que había otras posibilidades. Así volvió a la escuela y descubrió una nueva vida.

Casi en paralelo empezó a correr y en el atletismo encontró buenos profesores y un espacio de contención para canalizar su energía y condiciones, por lo que no tardó en destacarse en el ámbito provincial y nacional.

Agustín en sus inicios en el atletismo

En un par de años logró varios títulos, se fue haciendo un camino y un nombre; terminó la secundaria con excelentes calificaciones y actualmente cursa cuarto año de kinesiología. Ya muy cerca de otra gran meta. Además, es atleta de la marca Fila y, a los 24 años, todavía no llegó a su techo deportivo.

El último domingo se consagró campeón provincial de Cross Country, prueba que se corrió en el Salto Berrondo de Oberá, y obtuvo el pasaje al Campeonato Nacional que se disputará el 30 de julio en Río Cuarto, Córdoba, donde irá a defender el título que logró el año pasado en Balcarce, Buenos Aires.

Y si los logros deportivos (en cross, pista y calle) de Agustín son enormes, qué decir del éxito que implica su propia historia de vida, ya que logró imponerse a un destino que parecía empecinado en ponerle una traba atrás de otra.

Pero si hay algo de lo que sabe es esforzarse para salir adelante, como lo hizo desde gurí para afrontar las adversidades que se presentan en los hogares más humildes.  

“Desde los 13 a los 15 años me iba a tarefear, estaba 15 días de campamento y volvía un fin de semana a mi casa. Es un trabajo muy pesado, pero no me gusta estar de balde y quería trabajar para ayudar a mi mamá”, recordó el campeón.

Así, a los 14 años ya sacaba raídos en la espalda, es decir ponchadas con 80 kilos de yerba, una tarea demasiado esforzada para un chico.

Nueva vida

Pero la buena estrella de Agustín empezó a brillar una tarde de domingo cuando estaba preparando su bolso para volver a la tarefa y, por esas cosas del destino, se demoró un poco.

“En eso llegó una docente, Irma, y me preguntó si alguna vez fui a la escuela. Le conté que había ido hasta quinto grado y ella me invitó para que vaya a la escuela nocturna del barrio.

Entonces pensé y decidí no volver a la tarefa. El lunes me compré un cuaderno y una birome y empecé. Al principio tenía como la mano dura porque ya no estaba acostumbrado a escribir. Pero practiqué, escribí y leí mucho, y así salí adelante”, dijo orgulloso.

Si bien siempre destacó el incondicional amor de su mamá, también es cierto que ella tiene sus propias limitaciones y no cuenta con herramientas intelectuales para guiarlo.

Pero ahí aparecieron docentes y profesores que tuvieron una gran incidencia en el desarrollo de la persona y el atleta. Fue el profesor Ricardo Azcona, del CEP N° 46, quien lo detectó en el colegio y lo derivó al profesor Fabián Romaszczuk, otro experto en ponerle el pecho a las adversidades.

Ahí despegó Agustín. En poco tiempo, gracias a su genética y predisposición al entrenamiento comenzó a destacarse en el ámbito provincial y corrió a la par de los mejores, tal como recordó con esta anécdota: “La primera vez que corrí con Darío Piñeiro no podía creer, porque cuando estaba en la tarefa le veía en el diario porque él ganaba siempre”.

Agustín en una escuela compartiendo su historia de vida

Constancia y esfuerzo

Agustín se sobrepuso a la pobreza, a los prejuicios, a la droga y a los peligros que acechan en el barrio Cabelleriza, donde se crio. Agustín le ganó a todo eso y más. En julio de 2016 mataron a su amigo Lucas Rivero (entonces de 18) en la canchita del barrio.

“Yo era amigo de Lucas, siempre tomábamos tereré y jugábamos al fútbol. Ese sábado que lo mataron yo estaba por ir a la cancha para entrenar, porque aprovechaba para correr en el pasto. Pero al final fui a correr a otro lado. Si no, no sé qué hubiera pasado”, reflexionó.

Y la tragedia de su amigo Lucas sintetiza el drama social que afecta a Caballeriza y a tantos barrios, lamentablemente, donde las adicciones hacen estragos y los jóvenes carecen de incentivo para encarrilar sus vidas.    

Pero Agustín encontró su lugar en el atletismo, que lo llevó a un nuevo mundo y lo hizo mejor persona.

Sus logros lo llevaron a ser atleta de la marca FILA

“Yo tarefeaba, dormía en los campamentos, pasaba frío, calor, de todo. Eso me hizo muy fuerte para encarar las cosas. En los barrios hay muchos chicos que pasaron por lo mismo, son muy valientes y cuando logran ver algo lindo se proponen y luchan por eso. Pero hace falta que los incentiven porque muchos están desmotivados y les falta consejo. Hay muchos chicos con condiciones, incluso más condiciones que yo, pero no tienen constancia. Lo principal es el esfuerzo, no necesitás tantos lujos para entrenar bien. Si yo empecé con una remera, un short y par de zapatillas bien comunes”, remarcó.

Y tiró otra verdad de su manual de la vida: “Nunca imaginé llegar a este nivel, los viajes y conocer el país. Gracias al deporte aprendí muchísimo y cada día aprendo algo más, con el estudio, el entrenamiento, las competencias y la gente que voy conociendo. Pero sin esfuerzo no se consigue nada. Esa es la clave”.

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