Mónica Sniechowski y Roberto Carballo son los dueños de Sonidos disquería, Petete musical en la memoria de los obereños. Desde 1985 persisten a pesar de crisis económicas, el contrabando y los cambios tecnológicos. «El disco es arte, el vinilo tienen otra calidez y se está revalorizando», destacaron
Lunes 10 de la mañana. Un grupo de operarios de la Municipalidad de Oberá trabaja en la esquina de José Ingenieros y Gobernador Barreyro pintando la senda peatonal y el semáforo. Uno se acerca a la disquería y pregunta si se puede subir un poco el volumen del parlante, porque está lindo el tema que escuchan mientras trabajan.
La escena transcurre en el corazón del centro de la ciudad de Oberá, en Sonidos disquería (ex Petete musical), un ícono de la cultura local desde hace medio siglo.
Sus dueños son Mónica Sniechowski y Roberto Carballo, quienes desde 1985 vienen batallando contra las crisis económicas, competencia desleal por el contrabando y los cambios tecnológicos que desde hace varios años pusieron la música al alcance de un click en la computadora o el celular a través de YouTube, entre otras plataformas gratuitas.
Para colmo, no hace tanto hubo una pandemia y no pudieron abrir durante cuatro meses, lo que fue un mazazo. Hasta padecieron una inundación que arruinó mercadería.
Pero ellos resisten con pasión y convicción, anexaron venta de instrumentos y equipos, aunque los discos, casetes y DCs permanecen en sus vitrinas y el parlante del frente no dejó de sonar.
Y así como dicen que “todo vuelve”, desde hace un par de años se viene revalorizando al LP, el disco de vinilo, un clásico que recobró energía y volvió a posicionarse en las bateas de Sonidos, la última disquería de Oberá y la zona Centro.
Así, el martes pasado salió a la venta La lógica del escorpión, el último disco de Charly García, editado en formato vinilo. “Al otro día teníamos el disco acá y ya vendimos el primero”, contó Mónica con enorme satisfacción.
A su lado, mientras iba y venía atendiendo clientes, Roberto ponderó “la calidez del sonido del vinilo. Es otra cosa”, apoyado en su experiencia de operador de radio de la antigua LT 13.
“En 1977 empecé como operador y después fui encargado de la discoteca. Me llevaba muy bien con el director Hugo Amable, que fue quien me impulsó para que estudie profesorado de historia”, recordó.
Ambos fueron profesores, ¿pero llegó un momento en que tuvieron que dejar para dedicarse de lleno a la disquería?
Yo soy profesora de música y trabajaba como secretaria en un colegio. En un momento dejé el colegio y me dediqué al negocio, pero Roberto siguió como profesor porque tenía muchas horas. Le compramos el negocio al “Turco” Sager, por eso los primeros años nos manteníamos con nuestros sueldos y lo que la disquería producía era para pagar la disquería. Tardamos cinco años en pagar.
Cuando empezaron los discos eran el producto central, el vinilo y los casetes estaban en auge…
Sí, tanto es así que cuando empezamos la disquería sólo tenía tres productos: el LP, los casetes y las púas de tocadiscos. Imaginate que llegamos a tener 5 mil discos LP en el negocio. No teníamos lugar ni para nosotros. Sumado que llegamos a trabajar ocho personas acá, nosotros dos y seis empleados, por el movimiento que había.
¿Cuándo se da el primer cambio tecnológico importante para ustedes?
Me acuerdo que un día salí del colegio y vine al negocio, y arriba del mostrador había una pila de CDs. ‘Y esto qué es”, pregunté, y Roberto me respondió ‘es con lo que se va a trabajar ahora, la última tecnología’. Pensé y a quién le vamos a vender esto, porque en esa época no era como ahora, que te enterás todo en el momento. Antes teníamos que leer lo que venía impreso para enterarnos de las novedades. Así que de la noche a la mañana se sacaron todas las bateas, todos los discos. Roberto viajó a Buenos Aires para comprar los exhibidores y la disquería se reconvirtió. Fue tan rápido, fue un cambio demasiado vertiginoso. Los discos al depósito y seguimos trabajando con casetes y CDs.
¿Qué discos hicieron historia por la cantidad de copias que vendieron?
Me acuerdo que para un día del niño salió un material de Pablito Ruiz y vendimos miles de casetes. Éramos ocho trabajando acá y no nos daban las manos para atender. Para Navidad también era una cosa de locos. No podíamos contar la cantidad de unidades que vendíamos. También se vendió mucho de Los 4 Ases, Jorge Ratoski, Abba, José Luis Perales, Luis Miguel y muchos más. Me acuerdo de Los Fantasmas del Caribe, que fue una banda del momento y vendimos muchísimo. Siempre vendíamos miles de lo último de Charly. Ese fenómeno no se dará más. La última vez que compré mil discos de Marcos Antonio Solís me quedaron 500 que todavía están en el depósito. Pero hubo muy buenas épocas, tanto que en el 94 le dije a Roberto que quería abrir otra disquería y que en seis meses le iba a pagar la inversión. Le puse RC Music, por los nombres de nuestros hijos: Roberto y Camila. Y en ese momento apareció Hit Disquería, en la galería frente a la plazoleta Güemes. Es decir que llegamos ser tres disquerías en Oberá.
¿Hasta cuándo se podría decir que la disquería fue negocio?
Pongámosle que fue negocio hasta principio del 2000, y desde el 2001 quedamos solos, nunca más pusimos personal. Ahí cerré mi disquería, volví acá y me enfoqué en la casa de música porque los CDs ya no eran negocio. Luchamos mucho contra la piratería del casete que venía de Paraguay. Después del DC. Peleamos contra muchos factores que incidieron en nuestro rubro. Gracias a Dios siempre tuvimos clientes fieles al formato, pero no nos daba para mantenernos como disquería.
Un rubro sujeto a muchos factores: el tecnológico, las crisis y el contrabando…
Es así. Es un rubro difícil de trabajar, muy ligado a los cambios tecnológicos, sobre todo a partir del avance del celular y que la gente empezó tener computadoras en la casa y a bajar su música. Pensar que antes los sábados se trabajaba mucho porque la gente usaba la disquería como un paseo; venía, miraba y por ahí compraban algo. Hoy la gente viene a comprar la cuerda que se le rompió a último momento. Nosotros pasamos la hiper de Alfonsín, donde no nos fue bien. Los precios subían cuatro veces por día. Fue una época que nos desgastó muchísimo. Yo siempre digo y recalco que los años de Néstor (Kirchner) en el gobierno fueron los años donde pude trabajar con absoluta estabilidad mental. Durante cuatro años una cuerda campana costaba un peso y el paquete 10 pesos, y así todo. Yo manejaba la disquería y la casa de música de memoria. No había variabilidad de precios, y eso te da estabilidad mental.
Tampoco tuvieron miedo a los cambios, porque en una época anexaron un video club…
El Turco Sager era muy hábil y sabía cuándo un negocio iba a dejar de ser negocio. Vio que venía el negocio del video club y lo puso acá adentro. Entonces trabajamos para él, aparte. Cuando terminamos de pagar la disquería, nos dijo ‘bueno ahora van a pagar el video club’. Se trabajó muchísimo. En ese interín abrí RC Music y se alquilaron locales contiguos por movimiento que teníamos.
Desde hace un tiempo se viene dando una revalorización del vinilo, ¿por qué se da eso?
Sí, volvió el LP y tuvimos que sacar las bateas del depósito, los discos viejos. Los que sobrevivieron a una inundación, que hasta eso padecimos. Hace dos años empezamos a comprar discos otra vez. Por ejemplo, el nuevo disco de Charly salió, al otro día estaba acá y ya vendimos el primero. Está volviendo otra vez eso del disco sale hoy y mañana la disquería lo tiene. Se empezaron a fabricar bandejas después de muchos años. También veo que hay chicos de 8 años en adelante que vienen a buscar el casete, y adolescentes de cierto nivel de educación con padres que los están formando en la música que vienen a comprar el LP. Por el momento es para gente que tiene cierto poder adquisitivo, porque el disco de Charly vale 124 mil pesos. Igual es una edición especial limitada, y en octubre va salir la edición común y el CD, más económicos. Es decir que hay para todos los presupuestos. Acá entra aquel que pregunta por la última novedad y aquel que pregunta por un disco de Franco Simone de tal año, por ejemplo. La gente que entra es muy variada.
¿Y por qué crees que se dio esta vuelta al pasado, por así decirlo, cuando es tan fácil descargar música gratis?
Más allá de la calidez del sonido, como dice Roberto, el disco es arte y creo que todo tiene una vuelta al pasado, es cíclico. Hoy es vintage. También es estatus, pienso, porque como hoy es tan fácil consumir música, tener una bandeja y depende qué bandeja, y tener la púa y depende qué púa, y el último de Charly… wuau. Hay mucho de eso también, de estatus. Pero sobre todo creo que la música siempre tendrá su encanto. Por más que hoy se pueda hacer por computadora la base del instrumento, en los últimos años también se revalorizó que la gente aprenda a leer música. Antes nos hacían estudiar danza y algún instrumento; en los 80 a nuestros hijos los mandábamos a un deporte e inglés, después inglés y computación. Hoy se está volviendo a que los chicos estudien algún instrumento. Y acá asesoramos a los padres. Aprender a tocar un instrumento produce un desarrollo neuronal que no te produce otra actividad. Es muy importante que los chicos aprendan a tocar un instrumento. Al contrario, a temprana edad las pantallas afectan las conexiones neuronales. Entonces no le hacés un bien al niño chiquito dándole una pantalla, pero no todos entienden eso.
¿Roberto y vos son conscientes de que la disquería, que para la gente sigue siendo Petete, tiene un lugar de privilegio en la memoria del obereño?
Yo siempre digo que Petete es inmortal, porque la gente nos reconoce así. Incluso hay gente que cree que Roberto se llama Petete. No es que nosotros le buscamos la vuelta a la situación y seguimos porque queríamos hacer negocio, porque nos mantuvimos como un negocio de barrio más que una empresa. Hicimos lo que nos salió, siempre medio de crisis. Con todos los avatares económicos nunca pudimos progresar lo suficiente como para tener un local propio, y siempre estuvimos convencidos que irnos de acá no era la mejor opción. Cuando Menem y Cavallo pusieron el plan de convertibilidad 1 a 1 fue una estabilidad relativa, no permanente porque los precios igual aumentaban y había inflación. Lo que nos terminó de rematar fue la pandemia, porque estuvimos cuatro meses sin abrir. Los dos nos enfermamos. Siempre digo que tuve una vida antes de la pandemia y otra después. Económica y emocionalmente. Antes de la pandemia apuntamos mucho a luces y sonidos de discoteca. Fueron los primeros cuatro años del gobierno de Cristina y le metimos muchas fichas, pero después la pandemia nos fundió porque se cerró todo lo que era fiestas y boliches. De ahí no vendimos mucha mercadería de ese rubro.
Durante muchísimos años estuvieron frente a la terminal de ómnibus, con el movimiento de gente que eso implica. ¿Cuánto los afectó la mudanza de la terminal?
Nos afectó mucho porque la gente bajaba del colectivo y venía a la disquería. Pero también compraban todo lo trucho que estaba metido en la terminal. Esa era nuestra gran competencia. Una vez hicimos una reunión con el intendente Rindfleisch por la problemática de los comerciantes del centro y todos le manifestamos nuestra queja por las mesitas de la terminal, por lo trucho. Porque era algo que afectaba a todos: a la farmacia, la tienda de ropa, la disquería. Y el intendente nos preguntó cuántos votos le podíamos aportar: ‘cuántos son en tu familia, tus hijos ya votan’, preguntaba. Hizo una cuenta y nos dijo: ‘¿ustedes saben cuántos votos me aporta la gente de las mesitas de la terminal? Miles’. Es decir, qué iba hacer por los que teníamos las cosas en regla, nada. Porque nosotros no le significábamos votos.
En paralelo a los discos, ¿cómo está el rubro de la venta de instrumentos?
Nuestra competencia está muy ligada a las iglesias. Es más, tienen una iglesia propia. Supieron enfocar el negocio de la música a través de la iglesia, algo que nosotros no supimos hacer. Con los años aprendí que son muy competitivos en sus iglesias, se quieren destacar entre ellos. Quién tiene los mejores instrumentos y las bandas más grandes. Todos alabamos a Dios, pero lo hacen también desde un ámbito muy competitivo. Por ahí viene gente de las iglesias de la periferia y dicen que quieren comprar una guitarra para ofrendar al pastor. Le pregunto cuánto puede gastar, y tanto, entonces le digo que no lleve la guitarra, que lleve otra cosa. No, pero el pastor me pidió que ofrende una guitarra. Que el pastor se va enojar. Les digo que Dios igual va a ver su buena voluntad, porque no puede dejar de comer para ofrendar una guitarra al pastor. Usted le tiene que ofrendar a Dios, no al pastor, les digo. Tengo mi política de hacerle entender a la gente lo que es importante, aunque vaya contra mi negocio. Entonces prefiero no vender una guitarra, vender una maraca, pero que el hombre puede llegar a comer. Muchos me entienden, pero otros se enojan porque el pastor le dijo.
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Daniel Villamea, periodista, hincha de River (no fanático), Maradoniano, adicto a Charly García, Borgiano y papá de Manuel y Santiago, mis socios en este proyecto independiente surgido de la pasión por contar historias y, si se puede, ayudar a otros.