Hijo de inmigrantes paraguayos que tuvieron diez hijos, el obereño Francisco Clavelino Aguirre es un ejemplo de superación personal. Recuerdos y anécdotas de 44 años en el Poder Judicial
El despacho austero y adornado con fotos familiares y de algunos acontecimientos públicos. Una síntesis de la personalidad del hombre que ostenta una trayectoria de 44 años en el Poder Judicial de Misiones y considera su trabajo como su segunda casa, lo que confirma día a día con acciones y la consigna de puertas abiertas para quienes lo requieran.
Francisco Clavelino Aguirre integra el Tribunal Penal Uno de Oberá desde 1991, cuando se inauguró en la provincia la instancia del juicio oral y público, siendo en la actualidad el único que permanece en funciones de aquellos primeros magistrados.
Y citó con orgullo la fecha del 15 de mayo de 1992, cuando se realizó en Oberá el primer debate oral y público de Misiones. Fue en el antiguo edificio de 9 de Julio y Libertad, un recinto cargado de historias.
Entre tantos expedientes penales -ámbito que en ocasiones revela lo peor de la condición humana-, Aguirre reconoció que hubo casos que lo marcaron, como los homicidios perpetrados por Domingo Jesús Penteado, conocido como la “bestia misionera”, y Juan Oscar Baungart, el “asesino de la valija”; al igual que la masacre de Panambí, donde cuatro integrantes de una familia fueron quemados vivos.
También guarda anécdotas que marcan su carácter y compromiso por la tarea, como la vez que un preso se escapó de la cárcel de Oberá y, para entregarse, solicitó que el juez lo busque, lo que no cualquiera aceptaría, aunque él no se achicó y posibilitó la recaptura.
Es que detrás de la investidura del cargo, hay una historia de esfuerzo y superación, donde la universidad pública y gratuita fue clave para cumplir sus sueños, como destacó en la charla con este medio.
¿Cómo fue su infancia en Oberá y cómo estaba conformada su familia?
Somos diez hermanos, de los cuales quedamos siete. Mis padres eran paraguayos: mi papá de Villa Rica y mi mamá de Encarnación. Ellos pasaron a través de Eldorado, durante la guerra civil del Paraguay del 47, como muchos paraguayos que se instalaron en esa zona. Después fueron a Santo Pipó y luego a Alem, siempre en la fábrica de aceite de tung. Ya en Oberá, primero vivimos en la fábrica de tung de la Calo (Cooperativa Agrícola Limitada de Oberá) en la Copisa, donde se jubiló mí papá. Vivimos un tiempo ahí, por eso hice el primer grado en la Escuela 84, y después nos mudamos a Río Colorado y Quintana e íbamos a la Escuela 304. Empecé la secundaria en la Escuela Normal, hasta que me tocó el servicio militar. Fueron dos años en la base naval de Puerto Belgrano, en la Escuela de Oficiales Aspirantes a la Reserva. Terminé, volví a Oberá para trabajar y terminé los estudios secundarios en el Colegio Nacional.
¿Y cómo surgió la posibilidad de estudiar derecho?
Digo que eso fue como lanzarme a una aventura, porque éramos muchos hermanos y mi padre era jornalero, que apenas sí leía, por eso de dónde iba a sacar para pagarme los estudios. Yo vendí diarios hasta los 16 años y fui cadete en Casa Baetke, y después del servicio militar tenía previsto ingresar al Banco Nación, para lo cual había gente que me podía dar una mano. Pero charlando con mi amigo Machi Motta, que en paz descanse, me convenció para estudiar derecho. Le pregunté a mi papá y me dijo: “Mi hijo, vos querés metele, andá”, y así fuimos con Machi, que ya era maestro y me alentó. Y así nos fuimos a estudiar a la Universidad Nacional del Nordeste. Recuerdo que era un 28 de diciembre y viajamos desde Posadas a Corrientes en la carrocería de un camión con un calor tremendo. Alquilamos una habitación en una casa cerca del Parque Mitre y terminé mis estudios ahí. Con el tiempo ya era un hijo más. Teníamos el almuerzo y cena de la facultad. Así, con techo y comida, que es lo más importante, sólo quedaba estudiar.
Fue una aventura que terminó bien…
Mi papá era jornalero, y estoy acá gracias a la educación pública y gratuita. Si no, no hubiera podido estudiar. Si tenía que pagar, no hubiera podido. Por eso digo que era una aventura, porque primero parecía algo inalcanzable. También por eso destaco la importancia de la educación pública. Gracias a eso soy lo que soy. Después tuve suerte, porque en segundo o tercer año empecé a trabajar como cadete en un estudio jurídico y eso fue ayudando.
¿Cómo fue la vuelta a Oberá?
Nos recibimos, volví y trabajé unos tres años y medio como abogado particular. Con el doctor Motta instalamos nuestro estudio por la calle Corrientes, frente a la Plaza San Martín, y recorríamos parte de la provincia. El lunes me iba a San Vicente y volvía el miércoles, y a veces a Santa Rita. Eran otras épocas, caminos de tierra y polvareda. Después llegó la posibilidad de ingresar a la Justicia. Con el doctor Héctor Sánchez nos anotamos como aspirantes a secretario del Juzgado Penal N° 1 de Oberá. El 29 de mayo de 1981 ingresé como secretario y estuve siete años y medio en el cargo. En ese entonces, el doctor Manuel Moreira fue nombrado integrante del Tribunal Federal de Posadas y me propusieron como juez Penal N°1, cargo que asumí en octubre del 88. Después trabajé en la Cámara de Apelaciones de Posadas, para lo que viajaba todos los días, hasta que a fines de 1991 se puso en práctica el juicio oral y público.
Ahí empezó a escribirse una nueva etapa. ¿Cómo fue esa transición?
Fue de mucho trabajo y capacitación. Hicimos cursos y nos preparamos con colegas de otras provincias para conformar los Tribunales penales de Posadas, Oberá y Eldorado. Fue un movimiento enorme, hubo un gran debate. Había quienes decían que aún no estábamos preparados para semejante responsabilidad, pero la mayoría éramos integrantes de la Cámara de Apelaciones. Y en Oberá tomamos la posta y dimos el primer paso. El primer Tribunal Penal de Oberá fue integrado por la doctora Amalia Lilia Avendaño, el doctor Romeo Roque Schwengber y yo. El 15 de mayo de 1992 se realizó en Oberá el primer juicio oral y público de la provincia de Misiones, en la sala de 9 de Julio y Libertad. Fue un caso de lesiones graves y el imputado fue Waldemar Fernández, de la localidad de Guaraní.
Sin perjuicio de la honestidad intelectual de los magistrados que hasta entonces resolvían los juicios, ¿se puede decir que el sistema de juicio oral y público trajo mayor transparencia?
Totalmente. Fue un cambio rotundo en el proceso penal. Se dio la inmediatez, donde están todas las partes y cada una hace su aporte. Cuando empezamos, desde el Círculo de Magistrados y desde la Asociación de Magistrado insistimos en la capacitación de los colegas, que asistan para aprender el rol del abogado defensor, porque era un nuevo desafío para todos. No es fácil hacer una defensa en un juicio oral y público, hay que preparase y adquirir experiencia.

En base a su experiencia, ¿qué deber tener un juez para desempeñar bien el cargo?
Lo primero y principal es la honestidad intelectual y profesional. Encarar con claridad la situación y tratar de abstraerse de ciertas cuestiones externas. Somos servidores públicos y respondemos ante la sociedad porque está en juego el patrimonio, la libertad, la familia de ese acusado. Es algo muy delicado y por eso hay que prepararse, tomar con responsabilidad y seriedad la función que uno tiene. También nos duele una pena grave, cuesta. Eso hace que el magistrado tenga que ser exigente consigo mismo. Por eso también pienso que debemos atender a la gente, tener abierta la puerta del despacho. O si uno no puede atender por tal o cual motivo, está el secretario o el jefe de despacho o algún empleado que puede brindar una información, porque esa persona que vino seguramente dejó sus cosas o tal vez viajó muchos kilómetros porque necesita ser atendida. Incluso, en más de una ocasión atendí gente en mi casa. Me puedo equivocar porque todos somos seres humanos, pero siempre obrar con buena fe.
Además, al ser un Tribunal se escuchan varias voces para llegar a un veredicto…
Exacto, es un formato sabio. Por eso las deliberaciones son un momento delicado del proceso, donde sólo puede participar el secretario. Cada uno aporta su visión para llegar a la conclusión de la condena, que no es una cosa tan fácil.
Hoy, desde el Superior Tribunal de Justicia se impulsa una mayor apertura a la sociedad, algo que siempre caracterizó su gestión, incluso con apertura al periodismo, una cuestión que destacan los colegas.
Fui presidente del Tribunal por 27 años y siempre tuve la premisa del buen trato hacia todos. Y la gente tiene que saber que debe y puede ser atendida.
En los años que lleva en la Justicia también se fueron dando cambios tecnológicos, al punto que comenzaron a transmitir las audiencias por YouTube. ¿Cómo fue adaptarse a eso?
Uno se tiene que ir adaptando, y debo destacar que cuento con un grupo de profesionales jóvenes que son excelentes y están a la vanguardia de la tecnología. También quiero destacar el trabajo de la Secretaría de Apoyo para las Investigaciones Complejas (Saic), que es un organismo muy importante para nuestra labor. Es una gran herramienta. Además, contamos con un delegado, un responsable como nexo necesario con el Superior Tribunal de Justicia en el proceso penal a través del ministro Juan Manuel Díaz. El año pasado hicimos una reunión de trabajo con todos los colegas de la provincia para tratar todos los aspectos de nuestro trabajo. En ese contexto, entre febrero y marzo queremos recorrer las comisarías y unidades carcelarias por los detenidos, ya que una de nuestras preocupaciones son los términos de la prisión preventiva.
Entre tantos cosas y expedientes, ¿qué anécdota lo marcó?
Son muchas, pero una que recuerdo ocurrió a principios de 2012, cuando hubo un incidente en la cárcel de Oberá que concluyó con un fallecido. En esa circunstancia, el interno Mauro Meza aprovechó para escaparse. Cinco días después se acercó su abogado y me dijo que Meza se quería presentar, pero conmigo, no con la Policía ni con personal del Servicio Penitenciario. Fue así que fuimos con mi coche, con la madre y el abogado, mientras que por cualquier eventualidad efectivos encubiertos esperaban por la zona cercana a donde se iba a entregar. Llegando al Salto Berrondo la madre lo reconoció. Llegamos, hicimos que se tranquilice y lo llevamos a la unidad penal otra vez.
El rol de la madre es fundamental para el privado de su libertad ¿no? Porque siempre está…
Sí, totalmente. La madre es todo, la que va, viene y llora. De manera excepcional, por ahí está una esposa, pero un tiempo y se va. Pero la madre está siempre. Y peor en los delitos sexuales, porque llegado un momento el implicado puede salir, pero no tiene dónde. Es una realidad.
Respecto a los delitos sexuales, durante el 2024 se produjeron 104 sentencias en el Tribunal Penal de Oberá, de las cuales 57 fueron por hechos abuso sexual, lo que implica el 55% del total. ¿Cómo abordar esa problemática?
La educación es fundamental para empezar a corregir el problema. A nosotros nos preocupa el estado de la víctima, tal vez una chiquita de 11, 12 años que quedó embarazada. En los abusos influye el hacinamiento, la idiosincrasia de la zona. Tratamos que la Policía y los municipios colaboren con las víctimas a través de asistentes sociales y psicólogos. Pero lamentablemente, cada vez hay más casos y es una situación que nos preocupa mucho.
Imagino que son casos que no dejan de conmover…
Nunca. En la exhibición de la Cámara Gesell se aprecia el estado de la víctima, su sufrimiento. Qué declara, las pausas, el llanto. Los imputados observan eso y a veces lo niegan; otros salen y directamente firman el juicio abreviado reconociendo la culpa. Según las estadísticas, el padrastro es terrible. Es una figura atroz. En toda regla hay excepción, pero las estadísticas son contundentes.
¿Qué hechos criminales recuerda como los peores que le tocó juzgar?
Uno de los casos que me marcó, que no pude terminar de mirar las fotos del expediente, fue el triple homicidio cometido por Silvio Mogarte en San Pedro, donde resultaron víctimas una madre y sus dos pequeños hijos. También los detalles de la masacre de Panambí. Nunca me voy a olvidar que, en el debate, el comisario Marcelo Maslowski relató los pormenores de la agonía de la pequeña Bianca, de sólo 12 años, quemada viva al igual que sus padres y hermano. Otro, por la premeditación y frialdad del asesino, que ocultó el cuerpo de la víctima una valija, fue el hecho cometido por Juan Oscar Baungart, en El Soberbio. Tremendo hecho, donde fue esencial el testimonio del remisero que lo trasladó hasta el lugar donde desechó el cadáver. Y luego está Penteado. También terrible.
Penteado que primero mató a su madre y luego a una menor. Y la junta médica no autoriza sus salidas transitorias, más allá de que estaría en condiciones por el tiempo que lleva preso…
Y además no hay familiares que se hagan cargo, porque tantos años preso y que por ahí aparezca un amigo a pedir para hacerse cargo, no parece muy lógico. Tampoco es un inimputable, está probado. Es una decisión muy pesada y es clave la opinión de la junta médica.
¿Qué opina de la baja en la edad de imputabilidad?
Creo que es un tema que amerita el debate. Si hoy un chico de 16 años puede prestar declaración testimonial en un proceso penal y tiene plena validez, creo que también puede responder ante un juez. Creo que ya tiene plena conciencia de lo malo y de lo bueno, y son proclives a la reincidencia. Por eso digo que amerita el estudio. Además, está la incidencia de la droga. Entonces algo debemos hacer, no podemos quedarnos de brazos cruzados.
¿Con tantos años de servicio, le queda alguna meta en la Justicia?
Esto me gusta, amo lo que hago. Es mi segunda casa. Llevo una vida austera. Estoy casado hace 46 años, más cinco de noviazgo; tengo tres hijos y seis nietos. Más no puedo pedir. Y si hasta hoy estoy y tengo ganas de trabajar, es porque el grupo que tenemos es de excelencia. El poder judicial me dio todo. Una vida digna, respetable. Y en mayo, si Dios y la Virgen quieren, cumpliré 44 años en la Justicia. Estoy bien de salud, que es lo más importante y seguimos trabajando.
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Daniel Villamea, periodista, hincha de River (no fanático), Maradoniano, adicto a Charly García, Borgiano y papá de Manuel y Santiago, mis socios en este proyecto independiente surgido de la pasión por contar historias y, si se puede, ayudar a otros.