LA CONSULTA

Era el cuarto día que llovía sin parar. La noche anterior, como todos los albañiles, Raúl miró el cielo esperando alguna señal de mejora climática que no llegó. Amaneció y diluviaba.

Desde joven lo perseguía la costumbre de madrugar. A las 5 ya estaba arriba, casi un vicio que se mantenía los fines de semana y feriados. Su mujer siempre le decía que era un robot para dormir: se acostaba a más tardar a las 11 de la noche y a las 5 ya estaba arriba. Y esa mañana no fue la excepción.

Se levantó, se lavó y preparó el mate. Prendió la radio y se sentó a matear.

Escuchó un poco de música y después las noticias que llegaban de Buenos Aires: “Según datos del Ministerio de Salud de la Nación, en la jornada de ayer se registró un total de 2.569 fallecimientos por covid-19 en el país.

Personal del Ejército continúa custodiando las fronteras con los países limítrofes después de los reiterados incidentes protagonizados por extranjeros que pretendían ingresar a Misiones, Chaco, Formosa, Salta y Jujuy por el colapso del sistema de salud en la mayoría de los países de la región…”, más de lo mismo, pensó Raúl, y cambió de emisora para seguir escuchando música.

Recién a las 12 del mediodía podría conectarse a internet por el lapso de dos horas, ya que el gobierno regulaba ese servicio por escases de recursos.

Lo mismo pasaba con la electricidad, el agua potable y el combustible, todos racionados. En realidad, cada familia disponía de un cupo asignado por mes, dependiendo de la cantidad de personas, sus actividades e ingresos. Porque ese era otro tema: la inflación no paraba, la desocupación no paraba y muchas familias cayeron en la miseria. Por eso en su caso, podía pagar dos horas de internet por día (de 12 a 14), horario en que sus dos hijos se conectaban para las clases virtuales, buscar material de estudio y entregar los trabajos prácticos.

Después del mate, Raúl recordó que había pedido un turno con el cardiólogo para renovar su permiso de trabajo y la consulta era dentro de dos días, a las 9.

Buscó la caja con papeles importantes, donde seguro había guardado los últimos análisis clínicos que le mandó hacer el mismo médico. Bajó la caja del ropero, volvió a la cocina y empezó a buscar.

Entre recibos, facturas y estudios médicos, Raúl encontró un recorte de diario del 20 de abril del 2020, justo un mes después que el presidente de la Nación decretó el famoso distanciamiento social preventivo y obligatorio.

Y se puso a leer: “Todos nos sentimos un poco marginales. Controlados, observados. Y está bien que sea así, porque lo contrario quiere decir que no tomamos conciencia de la magnitud del problema, o lo que es peor, que no nos importa el otro.

A esta altura sabemos qué se puede y qué no: el que no tiene que salir a trabajar debe quedarse en casa y salir (de a uno) para hacer lo imprescindible, como comprar comida, algún remedio o asistir a una persona mayor. De mañana hay más movimiento y vamos con cierto alivio, pero de tarde casi no sale nadie.

Algo estamos haciendo bien: no hay chicos en la calle, lo que quiere decir que los cuidamos. Lo más duro es con los viejos, verlos de refilón por algún mandado, sin besos ni abrazos. Pero es lo que hay que hacer, y lo dice gente que sabe.

Los animales, ya los vimos, cobraron protagonismo y van ganando el terreno que usurpamos. Todos estamos aprendiendo sobre cuarentena y el final es incierto. Ojalá no catastrófico. Pero parece que marcará un antes y un después, no apocalíptico, más bien de costumbres y prioridades. Viajar a otro lado, complicado por un tiempo. Juntarse con mucha gente en espacios cerrados, más difícil. Muchas preguntas, pocas respuestas.

Y cae la noche y el silencio se impone. El hogar convertido en fortaleza, el mejor lugar para cuidar a los que amamos. Mañana será otro día, uno más en tiempos de pandemia y capaz habrá que salir por provisiones; si no, a quedarse en casa, que es la mejor manera de cuidarnos y espantar la sensación de casi clandestinos”.

Raúl terminó de leer el artículo y recordó las sensaciones que tuvo la primera vez que lo leyó, que le gustó y por eso lo guardó. “Parece que fue ayer y la pandemia no afloja”, pensó.

Guardó el recorte, agarró el estudio que precisaba y buscó en su billetera el papelito con la fecha de la consulta con el cardiólogo: 22 de septiembre de 2032, a las 9. “Pasado mañana”, corroboró Raúl.

(Ilustración de Manuel Villamea)

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