Eran otros tiempos, sin redes sociales ni tanto bombardeo informativo. Pero sabía que “El loco” Gatti, Hugo Orlando, ya retirado del fútbol profesional, se juntaba con amigos a entrenar y jugar un picadito todas las mañanas en los bosques de Palermo, en Ciudad de Buenos Aires.
Yo estaba cursando segundo año de periodismo y cada semana trataba de mandar una nota (crónica o entrevista) a Pregón Misionero, de Oberá.
El proceso era artesanal, comparando con la tecnología actual: escribía a máquina, mandaba la nota por fax y mi viejo se encargaba de acercarla a la redacción de Pregón.
Así que una mañana, sin demasiadas precisiones, enfilé para los bosques, caminé un rato y lo vi a Gatti, en ese entonces de 49 años, quien hasta los 44 atajó en Boca. Una leyenda, dueño de un montón de récords, un adelantado a su tiempo, un referente mundial del arco.
Era alrededor de las 10 de la mañana, El loco y cuatro o cinco amigos pusieron unos conos en el césped, trotaron un rato y después jugaron un picado. Calculo que habrán estado una hora y media, y cuando vi que se preparaban para irse, me animé y lo encaré; me temblaban las piernas, más vale.
“Dale, sí”, me dijo, sin ningún protocolo ni peros. La nota se publicó el 8 de abril de 1994 en Pregón Misionero y la guardo en mi carpeta de recortes de esa época.
El loco Gatti falleció hoy, a los 80 años, y me acordé que aquella mañana donde me presenté ante un ídolo eterno y conocí a un hombre humilde y sencillo (más allá del personaje que creó para el show del fútbol) que me atendió con mucha calidez, siendo yo un aprendiz de este oficio. Desde ese día lo admiré todavía más.

.
.

Daniel Villamea, periodista, hincha de River (no fanático), Maradoniano, adicto a Charly García, Borgiano y papá de Manuel y Santiago, mis socios en este proyecto independiente surgido de la pasión por contar historias y, si se puede, ayudar a otros.