Hugo Odilón Ledesma cumple prisión perpetua por el homicidio de Miguel Ángel Almirón. Actuó en complicidad con dos seguidores de un culto umbanda y usaron la sangre de la víctima en un ritual. Ledesma cumple su pena en la cárcel de Oberá, donde se “reinventó” y dirige otro culto
Hasta noviembre de 2008, cuando fue condenado a prisión perpetua por el homicidio de Miguel Ángel Almirón (38), a Hugo Odilón Ledesma -hoy de 56 años- lo conocían como pai umbanda y tenía su templo en Posadas.
Transcurridos 21 años del asesinato de Almirón, ultimado el 17 de junio de 2004, Ledesma cumple su pena en la cárcel de Oberá. Pero ya no lo llaman pai, sino “judío”, apodo que él mismo promocionó desde su llegada al presidio.
Fuentes consultadas por este diario, comentaron que es un preso que “no pasa desapercibido porque siempre tiene algún reclamo que hacer, es soberbio, mandón”, detallaron.
Contaron que se “reinventó”, ya que dirige su propio culto (no umbanda) y tiene varios discípulos, los cuales seguramente ignoran su pasado y los detalles del hecho que lo sentenciaron.
“Tiene mucha parla, es convincente y algunos lo siguen. En la cárcel muchos se aferran a alguna religión y, en general, es un aspecto positivo y de contención. En este caso, hasta el momento no hubo inconvenientes”, confió un vocero interno.
Por el crimen de Almirón, también otros dos hombres recibieron la máxima pena: Luis Klein (44) y Ellis Giersztunowicz (51), quienes eran seguidores de Ledesma en el culto umbanda que dirigía en Posadas.
Eugenio De Oliveira, otro de sus fieles, fue condenado como encubridor a seis años de cárcel y hace tiempo que recuperó la libertad.
Actualmente, Ledesma y Klein están alojados en la unidad penitenciaria de Oberá; mientras que Giersztunowicz cumple su pena en la cárcel de Loreto, donde existe un pabellón para ex policías, tal su condición.
Crimen brutal
Según el expediente, el crimen de Miguel Ángel Almirón (38) se registró la noche del 17 de junio de 2004 en la propia casa de Ledesma, en el barrio Las Dolores de la capital provincial, donde además funcionaba el templo umbanda que dirigía.
La autopsia determinó que la víctima padeció varios golpes con martillo en la cabeza y un corte de arma blanca en el cuello, que fue lo que aceleró su deceso.
En tanto, si bien el móvil del brutal homicidio habría sido quedarse con la moto de la víctima, posteriormente los implicados usaron la sangra para un ritual.
Oportunamente, según describió el juez de Instrucción 3 de Posadas, Eduardo D’Orsaneo, a “la sangre de la víctima la habrían utilizado en alguna suerte de rito oscuro, habida cuenta los rastros de sangre humana fueron hallados en parte de los objetos de culto incautados en el lugar del hecho”.
Luego, transcurrieron más de cuatro años hasta la sentencia del Tribunal Penal Uno de Posadas, cuerpo que el 27 de noviembre de 2008 dictó sentencia.
Así, Ledesma, Klein y Giersztunowicz fueron condenados a prisión perpetua por “homicidio calificado por ser cometido con el concurso de premeditación de dos o más personas, alevosía y criminis causa”.
Vale recordar que en mayo de 2004 -un mes antes del homicidio de Alarcón- entró en vigor la reforma del Código Penal que elevó a 35 años el tiempo mínimo para solicitar la libertad condicional en casos de prisión perpetua, por lo que dicho monto opera para los tres citados.
Tras la apelación de las defensas, en 2010 el Superior Tribunal de Justicia de Misiones ratificó la pena impuesta, lo que luego avaló la Corte Suprema de la Nación, que se expidió en 2015.

“Los errores se tapan con tierra”
En el juicio, Juan Carlos Gómez -quien fue absuelto- contó que al otro día del homicidio llegó al templo umbanda y estaban Ledesma, Klein y Giersztunowicz.
“Estaba todo baldeado. Me dijeron que Chelo (Almirón) se fue a Buenos Aires. Al día siguiente había una obsesión de limpiar todo”, precisó, según crónicas del debate.
Mencionó el pai le dio detalles de lo sucedido y que “se pasaron de la raya”, al tiempo que le advirtieron que “se callara, porque los errores se tapan con tierra”.
El cuerpo de Almirón fue hallado en el interior de un pozo días después del crimen.
Por su parte, Klein reconoció cuestiones que en la instrucción había negado “por temor y porque no quería que mi familia sepa lo de la religión umbanda, pero ahora ya no hay nada que esconder”.
“No se puede vivir con esto, necesito contar lo que pasó ese día”, dijo ante el Tribunal.
Explicó que estaba en la casa de Ledesma cuando llegó Almirón, discutieron por unas llaves y pelearon.
“Yo le pegué una piña en la cara”, indicó, tras lo cual cayeron y rompieron unas estatuas del culto. Después tomó la moto de la víctima y se dirigió al kiosco donde estaba Ledesma, a quien le contó lo sucedido.
“Cuando volví, vi que Chelo tenía un corte en el cuello y Ledesma me dijo ‘lo tuvimos que cortar para que muera más rápido’”, detalló, desligándose del homicidio.
Agregó que “Ledesma estaba por denunciar, pero primero quería sacar sus cosas, para no profanar su templo”.
Acusación fiscal
A su turno, la fiscal Liliana Picazo graficó la versión de los implicados como “una montaña del lodo de la mentira, pero dentro existe la verdad, y yo tengo la reina del proceso, que es la prueba”.
Precisó que todo empezó el 17 de junio al mediodía en el pool de los socios Giersztunowicz y Klein y culminó en el “macabro templo”, ubicado en la avenida Cabo de Hornos, entre calles 73 y 74.
“El templo y el pool eran aguantaderos de todas estas personas que querían generar plata, pero nunca trabajo”, apuntó la fiscal.
“Chelo fue inocentemente en busca de los papeles de la moto que le había dejado Klein a Giersztunowicz. Ahí lo estaban esperando”, subrayó.
Para la fiscal, el móvil del homicidio fue que todos tenían necesidades económicas y quisieron hacer plata con la moto de Almirón.
Destacó la frialdad de los homicidas, los cuales “mataron con total desprecio por la vida, después se pusieron a tomar mate, luego durmieron hasta el mediodía como si hubiera muerto un chancho o una gallina”.
“Había sangre humana en todos lados, incluso en los clavos, pero el tiempo de estar en el pozo borró muchas pruebas, como también los golpes en el cráneo”, agregó.
Dijo que De Oliveira se encontró en medio de esta situación y “con una falta de valor por la vida misma” no se preocupó por lo que pasaba, pero según entendió la fiscal, no sabía del acuerdo previo ni participó del crimen. Luego, entre los cuatro, limpiaron la casa y ocultaron el delito.
.
.

Daniel Villamea, periodista, hincha de River (no fanático), Maradoniano, adicto a Charly García, Borgiano y papá de Manuel y Santiago, mis socios en este proyecto independiente surgido de la pasión por contar historias y, si se puede, ayudar a otros.